POR SANTIAGO GONZÁLEZ VICENTE
La revolución liberal burguesa española comenzó en 1808, mezclando una guerra por la independencia con un enfrentamiento civil, el de los liberales —una minoría, pero culta, adinerada y activa— frente a los elementos del Antiguo Régimen —un clero sobredimensionado, una nobleza débil y un pueblo religioso, ignorante y manejable—. La parte económica de la revolución liberal se realizó casi de forma unánime con la abolición de los privilegios, de los señoríos, de los diezmos y mayorazgos, y con la introducción de las libertades económicas y, sobre todo, de la desamortización civil y religiosa. Las medidas económicas liberalizadoras y la construcción del Estado liberal favorecieron que la burguesía sustituyera en la Administración a la nobleza, proceso que aceleró la Reina María Cristina en los últimos años del reinado de Fernando VIL Sin embargo, la revolución política, la consolidación de un régimen que afianzara la libertad, el régimen burgués, fue de difícil resolución. Reacciones y revoluciones se alternaron con regencias, constituciones aplicadas y otras no nacidas, y tres dinastías —Bonaparte, Borbón y Saboya—; todo un conjunto de ideas para la España del xix con el objetivo de la regeneración del país —deseo 133 Revista de Estxidios Políticos (Nueva Época) Núm. 99. Encro-Murzo 1998 JORGE VILCHES GARCÍA último invocado en multitud de obras, y las más importantes, de la historiografía y pensamiento desde comienzos del siglo xix—, con un instrumento, la libertad. A este proceso se le llamó Revolución Española por parte de liberales de todas las escuelas —Pirala, Borrego, Valera, Ríos Rosas, Olózaga, Rubio, Fernández de los Ríos, Castelar o Pi y Margal 1. El establecimiento y desarrollo del Estado constitucional fue generando una serie de problemas —protagonismo militar en la vida política, carlismo belicoso, exclusivismo partidista en lugar de conciliación de partidos en torno a una legalidad común, supervivencia del revolucionarismo como fórmula para el cambio de gobierno o de política (pronunciamiento y juntismo), y las dificultades de convivencia entre la libertad y la participación política del «cuarto estado»—, de cuya resolución dependió el afianzamiento de un régimen político capaz de asentar la libertad, y, por tanto, de terminar su Revolución y poner las bases de la regeneración de España. El republicanismo de Emilio Castelar, centrado en la idea de finalizar la Revolución Española, iba encaminado a agrupar a todos los liberales en torno a una República común, que permitiera el progreso con orden mediante la alternancia de partidos leales con ese régimen y entre sí, asegurando, por ende, la libertad. Cuando Castelar llegó a la Presidencia del Poder Ejecutivo en 1873, en Francia la forma republicana llevaba camino de consolidarse, y con ella la libertad en democracia, poniendo punto final a su Revolución. La actuación de Thiers había hecho ver a los franceses que la República no era sinónimo de subversión social, socialismo, ni el Terror de 1793, que eran compatibles la libertad y la democracia, e hizo entender a los monárquicos liberales que la República era la legalidad a defender y que cualquier cambio traería nuevas revoluciones. A esto se añadió la transformación del republicanismo durante el Segundo Imperio, la renovación ideológica a la luz de los fracasos de las dos Repúblicas francesas. El rechazo a 1793, al jacobinismo, junto al mantenimiento de los principios de 1789 y la adaptación del positivismo bajo la fórmula de Comte «Orden y Progreso» en una República de todos los franceses, les permitió transformarse de partido revolucionario en partido de gobierno (1).
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