Hoy en día puede que se coma mejor en algunas zonas rurales
que en las ciudades, dado el acceso a mejores productos frescos, pero este es
un fenómeno novedoso que aún estaría por estudiar: la realidad es que en los
últimos cincuenta años la dieta de los pueblos ha sido mucho menos variada que
en las ciudades.
La primera ENNA, de 1964, constató importantes diferencias
en la alimentación entre zonas urbanas y rurales. En los pueblos se consumía
mucho más pan, patatas, aceites, leguminosas y vino; en las ciudades, por el
contrario, se consumía más otros cereales, verduras, frutas, leche, carne,
pescado, cervezas y licores.
Hasta los últimos años del siglo XX el consumo de
carne, pescado y frutas estuvo directamente asociado al nivel de ingresos de
las familias, pero también al tamaño del municipio en que residían. “Así, por
ejemplo, al analizar el modelo dietético de los distintos municipios de Madrid
se observa que, a medida que aumenta el número de habitantes, aumenta,
igualmente, la variedad de la dieta, es decir, el número de alimentos distintos
que se incluyen en la misma y que es una garantía de equilibro nutricional”,
concluye Varela
en el ENNA-3, realizado con datos de 1990.
LA POLÍTICA DEL GOBIERNO IMPIDIÓ EL DESARROLLO DE LA DIETA MEDITERRÁNEA
Aunque nuestro imaginario colectivo nos dice que todos
nuestros abuelos seguían la dieta mediterránea, debemos recordar que, hasta los
años 60 y 70, la alimentación de mayoría de los españoles tomaba estaba formada
mayoritariamente por cereales, patatas y legumbres, y no se comían tantas
verduras, frutas y pescado como mandan los cánones de este régimen alimenticio
(que, por otra parte, no han sido estandarizados hasta hace unos pocos años).
Para más inri, en los años 70, cuando aumentó de forma
notable la producción de frutas, hortalizas y aceite de oliva, se priorizó su
exportación sobre el consumo nacional, y los españoles no pudieron disfrutar de
estos nuevos recursos hasta los años 80.
Es especialmente pragmático el caso del aceite de oliva:
en los años 70 aumentó notablemente su producción, pero debido a que su
exportación permitía una obtención rápida de divisas, internamente se fomentaba
el consumo de aceite de soja y de girasol –lo que además era beneficioso para
la industria ganadera–. No es de extrañar, por tanto, que en estos años
disminuyera su consumo, que sólo repunto a partir de los años 90.
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